Pronto se abriría noviembre -el noviembre nuestro- con la Fiesta de los Muertos, y los cementerios se transformarían en ferias y verbenas, con faroleros adornos de tumba a tumba, organillos a los cuatro vientos, guitarras sobre la tapa del dijunto, maracas, clarinetes y changangos junto a la capilla del tendido, con cholas desfloradas entre las coronas marchitas de un reciente sepelio. Muerto de azúcar candi, muertos de crocante rosado, muertos -calaveras- de caramelo, de mazapán, de pasta de ajonjolí, entre palas de cavadores y correas de sepultureros, entre ataúdes, urnas, bronces de buen alarde y retratos de abuelos, de militares, de niños endomingados, tras de cristales ovalados, empañados por rocíos y lluvias. Y llegarían también los que vendían esqueletitos bailadores, coronados, enmitrados, enchisterados, enquepisados, paseando su Danza Macabra de cenotafios a cruces, al grito de "Muertecito pa' su niño", que en tal día, era llamado al regocijo, el aguardiente y el sobado.
Alejo Carpentier. El recurso del método. 1974